SEGUIRSE AMANDO DE OTRA MANERA Clara Bredy

Que bueno hubiera sido seguir amándonos. 

Hace poco, he podido encontrarme con su imagen sin esquivarla, sin volver la vista a otro lugar. Aceptando que hubiera sido un regalo poder seguir amándonos, como cuando éramos amigos. Ni más ni menos. 

Él se instaló en mi ser como lo hacen las plantas que me cobijan. A éllas por la mañana, lo primero que hago es mirarlas y tomar mi cafecito en su compañía. Esos seres con los que cada día intercambio conversaciones secretas, miradas, repasos. A los que observo alimentar a las abejas que liban el nectar de la bignonia roja. Siempre necesitadas de mimo y cuidados, dándome su esplendor, su olor y también su llamada de atención cuando algo no va bien y me necesitan. 

Así se había instalado él en mí. 

En una hazaña casi sobrenatural en estos tiempos sombrios, consistente en procurarnos el mutuo cuidado. Ese que es equilibrado y bien soportado. Sobre ese cuidado floreció lo que no era él ni yo, sino nosotros. Cada cual desde sí, cuidando su autonomía y creando desde ahí un espacio común. Y todo esto mucho antes de que el enamoramiento apareciera. 

Eramos amigos y sobre esa amistad que lamió y restañó algunas heridas de nuestras experiencias previas, decidimos construir un lugar común. 

Ese lugar mágico y luminoso fue nuestro invernadero. En él hacíamos nuestras vigillias, velando porque el sustrato, las raices, las flores y sus frutos recibieran la atención que precisaban. Con la distancia necesaria para no quemarlas de calor. 

Quien me conoce, sabe lo que significa para mí el jardín. Es una metáfora de mi vida. Sea en una maceta o en un gran espacio. Desde que era bebé, el jardín como concepto, fue mi hogar. Tengo los olores grabados en esa parte del cerebro primitiva y potente que regula tantas de nuestras vivencias. No por casualidad, el olfato es el sentido privilegiado en el cerebro, por su vía directa, sin intermediarios, con el área de las emociones y los recuerdos auténticos. 

Cuando mi madre hablaba con sus plantas, en particular con sus decenas de orquídeas, al amanecer y al atardecer, yo siendo bien pequeña, la espiaba y me embelesaba con los olores embriagadores de aquellas flores diminutas, y también con la sabiduría de mi madre . Yo era plenamente consciente de que aquella relación de mi madre con su jardín, era a la vez su refugio y su secreto. Era una relación en la que ella tomaba sus decisiones sin que nadie más que sus plantas le fueran dando pistas de por dónde ir. De aquella relación aprendí mucho más de lo que siquiera imagino. 

En mi vida por tanto, el jardín es parte sustancial. Por eso aquel pánico cuando aquella plaga llegó y como la filoxera que se alimenta de las raíces de la vid, arrasó mi jardín. 

Fue el día que empecé a tomar consciencia de que el hombre al que amé ya no me amaba más. La amistad había terminado. La plaga se alimentó de las raíces y secó el jardín. Como la filoxera la vid.

Cuidarnos es el camino. Hay otros caminos, pero como dice la antropóloga Almudena Hernando (Madrid, 2012) "La individualidad como modo de indentidad, es una fantasía". Construir amistades y relaciones que tejan redes de soporte vital y darles los cuidados necesarios, es fundamental para nuestra supervivencia. 

Les deseo un año 2024 en que podamos ser mejores personas. 

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