LA LEALTAD y EL MIEDO

La lealtad es una virtud primaria, «el centro de todas las virtudes, el deber central entre todos los deberes». 
                   Josiah Royce, "La filosofía de                        la lealtad" (1908)

Corren malos tiempos en la práctica de los principios y valores que nos otorgan la condición de humanidad. A todos los niveles macro y micro, social, político, personal. 

Estamos en una era en que el triunfo del carácter instrumental de la acción"humana" prevalece sobre cualquier criterio moral. Incluida la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el organismo que debería ser su valedor, Naciones (aparentemente) Unidas.... 

Por eso precisamente me reafirmo en que la lealtad sea en mi vida el principio estrella, siempre tejido con los hilos del respeto a mí misma y a todo lo que me concierne en este mundo que habito. Es, además, el soporte de mi concepción de la acción social y de la amistad. 

Considero que la lealtad como principio de acción práctica, se hace efectiva sólo cuando la valentía, a pesar de su alto precio, vence al miedo. La lucha contra el miedo es difícil, y da vértigo, de eso doy fe. Ahora bien, sucumbir a la deslealtad supone renunciar a la vida buena que da  el sentirse una persona digna. 

No cuestiono la condición licita del miedo a confrontar la práctica de la lealtad sin cortapisas. Aunque en las relaciones humanas, se presenta en demasiadas ocasiones, convertido en el recurso estrella para vulnerar el derecho al buen trato y la transparencia que la lealtad implica. 

El miedo, argumento y excusa para traicionar la confianza, sin necesidad alguna de reconocimiento de responsabilidad, arrepentimiento o petición de perdón. Desde el miedo parece que todo vale. Ocupación, guerras, genocidios, traiciones personales.... 

La primera autojustificación para la deslealtad suele ser la cobardia que sacraliza al miedo y le da categoría de inamovible permanencia. Suele venir acompañada de la comodidad. Sí, digo bien, la comodidad, de quienes eligen mirar hacia afuera en vez de hacia adentro, evitando cualquier compromiso con los valores que en ocasiones dicen defender. Encontrando siempre en ese "otro", la baza perfecta que justifica el origen de sus acciones (o de su inacción) y el descanso para su conciencia supuestamente inmaculada. 

En el ámbito de las relaciones personales una justificación que se elige como escudo, son las supuestas buenas intenciones, de las que - dicho sea de paso- el infierno está lleno. Es ese "no digo, ni hago nada para evitar más sufrimiento", o "quiero hacer lo mejor para cuidar esta relación". 

El engaño mantenido produce una enorme indefensión. La persona engañada habita un lugar desconocido en el que no está segura, y además, no lo sabe. Aunque a veces sí perciba que algo no le encaja, que le es ajeno, que no comprende. Sin tener muy claro el qué. Mientras la vida, los años, se la van llevando. 

Como un tornado, la deslealtad se lleva sin vuelta en los círculos del viento, al elemento más hermoso y sólido de las relaciones humanas: la confianza. 
Perdida la confianza, el vínculo queda herido de muerte. 
Se rompe el presente y muere el futuro. 
Solo queda un pasado al que interpelar sobre cuánto de verdad hubo en él.

Perder la confianza en alguien importante en nuestras vidas, eje de confianza vital, supone, antes que rencor o resentimiento, un desgarro que no cura. Un inmenso dolor por la traición de la deslealtad y desde luego un vacío inmenso. Si además hay una negación de reconocimiento y por tanto ausencia total de arrepentimiento, pues se vive con ello como se puede. Con un agujero en el alma ocupando sitio para siempre. Agujero que no tiene relleno posible. Porque en nuestro presente somos también lo que fuimos. Lo bueno que construimos y lo que destruimos con los mimbres con que un día tejimos la vida. 
Es necesario incorporar que el dolor es una necesidad estructural en el transcurrir de la vida. Sólo así el placer se pone en valor, y el binomio eros-thanatos puede ser vivido con cierto equilibrio consciente. 
Negar el dolor, taponarlo, solo hace que salga por otro lado, con otra apariencia, vestido con otro traje. Como una amenaza, no como parte de nuestro transitar. 

Por último, señalar que la confianza que un día depositamos en personas que no fueron leales, y el daño en ocasiones irreparable que nos generaron, no debe comprometer jamás, la confianza en nosotras mismas, por haberlas elegido. Su deslealtad queda en ellas y no es de nuestra incumbencia. 

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