Activismo ecosocialista y masculinidades disidentes. Clara Bredy
Antes de empezar quiero dedicar
un recuerdo emocionado a Petra Kelly (1947-1992), fundadora del Partido Verde
alemán, ferviente feminista y madre del ecologismo comprometido en Europa,
internacionalista, pacifista y artífice del perdón que pidió el parlamento alemán
por el bombardeo de Gernika. Es posible que algunas personas recuerden también
que en mayo de 1983 acudió como invitada de honor a la segunda edición del
Festival de Cine Ecológico y de la Naturaleza del Puerto de la Cruz, en
Tenerife, siendo parlamentaria. Apoyó con su firma el “Manifiesto de Tenerife”,
que en noviembre de ese año dio lugar a la fundación de “Los Verdes” en España.
Petra fue vilmente asesinada a los 44 años por su pareja, un supuesto pacifista,
miembro de su partido.
“Estamos tan condicionadas
por los valores masculinos que hemos cometido el error de emularlos al precio
de nuestro propio feminismo. Hay que hacer política en un espacio donde la
empatía y el cuidado mutuo sean valores básicos” Petra Kelly.
Tras darle un par de vueltas al
título que mejor podría reflejar el objetivo de este escrito, empiezo por
contarles lo que pretendo:
En primer lugar, contribuir a
explorar las actitudes que prevalecen en la práctica cotidiana de las personas
que militan en las organizaciones ecologistas y en particular ecosocialistas. Y
que desde mi punto de vista dista mucho de reivindicar activamente la
disidencia profunda, radical e imprescindible con el modelo hegemónico derivado
de la socialización patriarcal, a la hora de impregnar las acciones con la
adecuada perspectiva crítica, que no puede ser otra cosa que ecofeminista. Numerosos
autores hombres dan testimonio de ello, desde un profundo compromiso con la “mirada
interior”. Entre ellos algunos los filósofos de nuestro entorno:
Para eliminar estas jerarquías constitutivas y
los privilegios que conllevan, las masculinidades no pueden ser simplemente
“superadas” sino “transgredidas” o, dicho de otro modo, “deconstruidas”,
detectando y “tachando” todos aquellos “micro” o “macromachismos” que se han
ido sedimentando en las subjetividades a lo largo de los años: una heterosexualidad
obligatoria, una sexualidad impositiva, una insensibilidad ciega —el uso
“utilitario” de las personas, la represión de los sentimientos, la
extrapolación de la propiedad privada liberal a las relaciones—, una
prepotencia concreta incapaz de reconocer la derrota —con su correspondiente
competitividad—, la justificación del abuso, la violación del espacio, la
violencia machista y patriarcal en la base de las relaciones de poder que
atraviesan los vínculos afectivos y, en definitiva, la constitución de la
desigualdad a través de la supremacía de lo masculino. Pero no se trataría
simplemente de volverse repentinamente “sensibles” o “paritarios”, de reconocer
la propia vulnerabilidad o de empezar a gestionar las emociones, sino también
de reivindicar activamente los derechos, de demandar continuamente la igualdad,
de interpelar sin excusas la exclusión, la opresión, el control, el poder y, en
definitiva, de renunciar sistemáticamente a los privilegios que la metafísica
occidental nos ha otorgado históricamente en tanto que hombres: esta es la
única forma de decir “adiós” al machista que todos llevamos dentro. (Josep
Artés y Ramón Ribera 2018) (1)
En segundo término, pretendo
aproximarme a la comprensión, al sistematizarlo por escrito, de los mecanismos
por los cuales “hombres buenos”, con buenas intenciones, creyendo no tener nada
que ver con el machismo, y acercándose teóricamente a las ideas de igualdad,
levantan un muro infranqueable cuando sus privilegios se tocan de manera eficaz
y acaban llevándose por delante a brillantes compañeras de viaje en la lucha
por un mundo más justo y equitativo. También espero aliviar mi propio dolor y
el de las compañeras barridas. Y si de paso le sirve a alguien más, pues
estupendo.
Para muchos de estos hombres, la enorme dificultad para aceptar el machismo “de brocha fina” (en contraposición con el de “brocha gorda”) es una losa, pero no por ello deja de aplastar no solo su posibilidad de avanzar sino la coexistencia con sus compañeras feministas, dentro del partido u organización, que acaban aplastadas por esa misma losa. Algunas personas los llaman micromachismos:
“Se trata de las prácticas que
llevamos a cabo en nuestras relaciones sociales, en nuestros espacios de militancia
y nuestros espacios de ocio, y que no se ven, es decir, se encuentran en un
plano de no-visibilidad, en un plano distinto del machismo de los Estados o del
machismo en términos representacionales o globales” (Artés, 2018). Pero
sean macro o micro, la diferencia es que la aparente invisibilidad de lo micro,
le quita relevancia escondiendo así la intensidad del daño que producen. Como
no se ven, no existen.
Al presente escrito le precedió una reflexión escrita
hace un par de meses, en torno a la idea del feminismo como elemento decorativo
en las organizaciones políticas, que compartí con algunas personas cercanas y
de cuyas críticas surge hoy este artículo, que incorpora parte de dicha
reflexión. Desde mi punto de vista, para muchas personas el solo hecho de
pertenecer a una organización ecosocialista (si además se denomina ecofeminista
pues con más razón) pareciera por definición atribuir estas características a
quien pertenece a ellas. Obviamente, estamos en un camino hacia estos ideales,
pero para ello, igual que existe una agenda ecosocialista, ha de existir una
agenda ecofeminista entrelazada como las dos caras de una misma moneda, no
pudiendo ser la una sin la otra. Sin trampas de lenguaje, ni artificios. Necesitamos
urgentemente Masculinidades Disidentes. Es una opinión que expreso y respecto
de la cual intento que queden claros los fundamentos. Porque para mí, no todo
vale.
Partiendo de aquí y gracias al legado de
Kelly, será para mí inexcusable pensar la ecología política y el feminismo como
disciplinas indisociables. De ahí que me oriente a abordar el tema del ecofeminismo
en el marco de este artículo.
El ecofeminismo es la corriente del
feminismo que integra la temática ecologista. Independientemente de las diferentes
adjetivaciones del término
En el presente siglo teóricas del
ecofeminismo como la filósofa Alicia Puleo, con sus aportaciones nos permite desarrollar
un análisis teórico que forzosamente implica una ética práctica. El texto de
Puleo, publicado en 2011 “Ecofeminismo para otro mundo posible” (2), precedido
del artículo “Libertad, igualdad, sostenibilidad. Por un ecofeminismo
ilustrado”(3) que vio la luz en 2008,
pone un punto y aparte en el auge del esencialismo propio de las
corrientes naturalistas y del ecologismo neoconservador que promueven “lo
femenino” y reivindican una esencia ligada a la biología y no una construcción
social y cultural que con un curso histórico lleva a una identidad. Alicia
Puleo, es a mi juicio, en gran parte, heredera de Karen Warren, quien puso
también patas arriba las corrientes esencialistas que inauguraron el
ecofeminismo hace casi medio siglo.
La entidad denominada ecofeminismo
crítico representada por Puleo, hizo posible que en el presente siglo, muchas
mujeres feministas abrazarán la acción política conjunta con el movimiento
ecologista. Karen Warren ya lo había propiciado a mediados de los 90. Ambas impulsaron el
acercamiento de numerosas feministas que hasta ese momento tenían serias dudas
del compromiso del ecologismo con la causa feminista. Se iniciaba entonces un proyecto orientado
hacia un cambio integral, no sin dudas insisto, respecto a si esta nueva
coyuntura se daría realmente de forma colaborativa, en lugar de parasitaria
como había ocurrido en el pasado. Desde los jacobinos en Francia (4), hasta los
movimientos feministas de los que se valió la izquierda española durante la
transición del franquismo a la monarquía parlamentaria (y de la cual fui participante
activa) para luego aparcar las reivindicaciones de las mujeres y por supuesto
apartarlas de los ámbitos de poder y decisión política. La suerte estaba echada
y tocaba construir.
El ecofeminismo crítico desplaza
el clásico binomio conflictivo capital-trabajo al de capital-vida. Vamos
entonces hacia una nueva tesis con una conclusión paradigmática; a saber, sin
el final del patriarcado no acabará el capitalismo. Será por tanto el
patriarcado capitalista el enemigo a batir en la acción conjunta e indisociable
de feminismo y ecología.
La historia del feminismo como movimiento anterior al ecologismo, igual
que el patriarcado al capitalismo, nos deja ver las diferentes formas de
dominación que sobre el cuerpo y la mente de las mujeres ha implementado el
poder. Un poder controlado siempre por masculinidades hegemónicas de alta
toxicidad, con el recurso a la violencia siempre a su disposición. El término “masculinidad
hegemónica” acuñado por la socióloga australiana Raewyn Connell (5), nos remite
a la forma en que estas operan, en la más absoluta impunidad social., contra
las mujeres y contra otras masculinidades menos agresivas y dominantes.
Algunas personas que seguimos
fieles al Materialismo Histórico, y hemos tenido el privilegio de estudiar “El
origen de la familia la propiedad privada y el estado: a la luz de las
investigaciones de Lewis H. Morgan” (6), recogidas en “La Sociedad Primitiva” (7),
que con notas de Karl Marx sobre este texto, desarrolló en 1884 Friedrich
Engels, tenemos clara esa apropiación primigenia del patriarcado sobre las
mujeres.
Vale la pena preguntarse si, una sociedad no
fundamentada en el patriarcado, sino en una ecoética feminista, puede ser
capitalista. Es una cuestión de enorme centralidad. Que además valdría la pena
desarrollar. La permanencia de los valores del patriarcado son los que permiten
la supervivencia depedadora del capitalismo. Sí que es urgente una potente
ofensiva en la agenda feminista.
Ahora bien, en paralelo a limpiar
lo de fuera hay que tener limpio lo que hay dentro, de nuestras organizaciones
y de nuestras mentes. No es suficiente con las denuncias que hace el ecosocialismo
acerca de que el 80% de las personas desplazadas por el cambio climático,
consecuencia del calentamiento global, son mujeres (mujeres vulneradas además de
vulnerables), o que como informa Oxfam en el Sahel las mujeres posean el 1% de
la tierra y sean el 75% de la mano de obra aparte de las más perjudicadas por la
contaminación química. No, no basta con denunciar, cuando si la palabra patriarcado
se pronuncia dentro de las organizaciones les levanta ampollas y saltan como de
un resorte cuando la escuchan. No basta identificarse como no machista, pero
recelar de ser activamente feminista. El escritor Isaac Rosa (8), describía con claridad la situación:
“ En este país hemos
superado el machismo a tal velocidad que en el mismo salto superamos el
feminismo, y así hemos llegado a las verdes praderas de la igualdad. No extrañe
que cada vez más gente diga eso de "Yo ni machismo ni feminismo: yo
igualdad". En este país somos así, no nos van los extremos. En su día
dejamos de ser fascistas pero no caímos en el antifascismo, nos convertimos en
demócratas a secas, sin necesidad de integrar la memoria antifascista como en
otros países. Igualmente, nos libramos del franquismo, pero lejos de nosotros
la tentación de practicar el antifranquismo, pudiendo dejar a los muertos en
paz.
Pues lo mismo con el
feminismo: si dejamos atrás el machismo, no va a ser para hacernos feministas,
oiga, que lo nuestro es la igualdad. ¿Cómo va a ser verdad eso que dicen (las feministas,
quién si no) de que "si no eres feminista, eres machista"? Si aquí,
salvo cuatro trogloditas en redes, ya nadie defiende el machismo. Hemos dejado
de ser un país machista para ser un país defensor de la igualdad (de
oportunidades, claro, no de resultados). Del rey abajo, no hay quien no se diga
defensor de la igualdad. Tenemos políticas de igualdad, planes de igualdad,
observatorios por la igualdad, agentes de igualdad... “ (I.Rosa 2017)
En estos momentos en que el
capitalismo verde (disfrazado de transición ecológica) enarbolando su
desarrollo sostenible (en realidad, sostenido), florece abonado por la
evidencia que está dejando la crisis del Covid19, en cuanto al agotamiento del
modelo de explotación capitalista ilimitada de los recursos, en un planeta
limitado. Así como de la consecuente destrucción de biodiversidad y sus graves
consecuencias para la salud, en la ruptura de los equilibrios interespecie. Ante
este panorama se hace más urgente si cabe la incorporación de una ética
feminista en la intervención de los ecosistemas productivos.
Dentro del movimiento ecologista
y de los partidos autodenominados ecosocialistas y ecofeministas, tras la
incorporación de mujeres, muchas de ellas brillantes feministas,
suministradoras de conocimiento y trabajo a lo largo de los años, éstas se
encontraron con que estos partidos y organizaciones repetían los viejos
esquemas patriarcales. Aparte de las listas cremallera y un par de mujeres
(cuota obligada) en los órganos de dirección, poco quedaba ya de las buenas
intenciones de sinergias simbióticas. El patriarcado hegemónico se imponía de
nuevo.
Varios de estos partidos, a pesar
de tener conocimiento a través del resultado de sus encuestas internas a la
militancia, que informaban de graves déficits en materia de igualdad, se
resistieron a la implementación de una ineludible formación feminista integral
y transversal. Mirando a otro lado, decidieron dejarlo para más tarde.
Sacrificaron la igualdad “por un bien mayor” (como por ejemplo mantener en el
poder a los cargos electos, hombres en su mayoría, caiga quien caiga…) Son
necesarios cambios profundos mediante los cuales los hombres puedan
descomponer, elegir y reconstruir las categorías desde el conocimiento de los
privilegios y la disposición previa -harto difícil por otra parte- a
abandonarlos activamente. Es un arduo camino y desde luego como todo lo
personal, es un acto político y público. Necesitamos, hombres buenos y nuevos;
robándole el título de su magnífico libro a Ritxar Bacete: “Nuevos hombres
buenos” (9). La construcción de una masculinidad nueva, de otra forma de ser
hombre, supone tener la valentía no solo de mirar hacia adentro y querer ver
sino también asumir el compromiso de abandonar el machismo y sus servidumbres,
no solo sus privilegios. Repensar y responder a las preguntas de ¿Qué hombre
quiero ser y qué he de hacer para ello? El resultado serán Masculinidades
Disidentes, seguro que más ricas, más decentes y por supuesto más
feministas. E insisto, sin una potente agenda feminista en el seno de las
organizaciones, esto no será posible. Inicialmente cabe proponer una serie de
elementos que den pie en la práctica, a una Nueva Base Teórica Conceptual que
deconstruya la anterior y que pasa por:
-Acabar con el control de las
organizaciones por parte de masculinidades hegemónicas tóxicas
-Implementar metodologías
deliberativas que sustituyan a las de confrontación
-Cerrar la posibilidad de tomar
decisiones en estructuras informales, que eviten la crítica feminista y a las
mujeres insumisas y molestas que realizan estas críticas
-No dejar nunca la crítica
feminista, el análisis y sus consecuencias para más tarde; cerrando en falso
los conflictos por un supuesto bien mayor.
-Asegurar relaciones
horizontales, colaborativas, no patriarcales. Basadas en el mérito y el trabajo
de militantes y cargos orgánicos
-Garantizar las cuotas: A este respecto hago mío el comentario de una
compañera de la Red ecofeminista vinculada a Equo: “No, yo no quiero estar ahí
por una cuota, sino por lo que valgo. Pero entonces que no me hagan la
zancadilla, que no se me discrimine. Mientras tanto, necesitamos las cuotas
para avanzar dentro de esta desigualdad”
Para la construcción de esta
nueva base teórica conceptual, propongo empezar por las enseñanzas de Karen
Warren, responsable de parte de las confluencias entre feminismo y ecología,
cuyo análisis marcó a tantas feministas y ecologistas a mediados de los años
90. En su obra “Filosofías ecofeministas” (10) publicada en 1996 y traducida al
español en 2003, desarrolla las conexiones que identifica entre ambas
disciplinas: histórica conceptual, empírica, simbólica, epistemológica, ética,
teorética y política.
Al amparo de estas reflexiones me
pregunto cómo harán las organizaciones sociales y políticas que han de
garantizar un futuro ecológico posible y digno, si renuncian a cuestionar el
patriarcado y no comprenden que sin el feminismo no hay futuro. Y ¿Dónde iremos
nosotras las feministas radicales, las incómodas, las que vamos a la raíz del
problema? ¿Nos quedaremos de comparsa? No lo creo. Nuestro tiempo ha de ser
para crecer. Nos ningunearán, nos harán el vacío, nos negarán y nos iremos. Si,
nos iremos y nuestra salida se ocultará y por supuesto se aludirá siempre,
¿cómo no?, a razones personales…. olvidando el contenido de esa ilustre frase
que nos recuerda que “lo personal es político”. Si no se garantiza una ética
ambiental preñada de perspectiva de género, si no se incorpora la ética
feminista a lo más profundo de los ámbitos de decisión del saber ecologista,
antes o después nos perderán. Perdiendo la igualdad perderán el futuro.
Por último, vaya por delante el
recordatorio a todas nosotras tan acostumbradas a cuidar sin cuidarnos, que las
mujeres feministas no somos responsables de acabar con el machismo de los
hombres y de las mujeres que en ocasiones los sustentan. Tampoco de su
castración emocional por haber sido entrenados en las violencias, de alta o
baja intensidad, como estrategia principal de resolución de conflictos, negando
su vulnerabilidad. Saben que deben
deconstruir sus aprendizajes machistas. Si son responsables y quieren, harán lo
necesario.
Muchos hombres están en ello, de
manera exitosa. Reivindicándose activamente como feministas, con orgullo de
transitar ese camino. Mi querido compañero de viaje durante 20 años es uno de
ellos y me alegro inmensamente por él y por todas las personas que de ello disfrutamos.
Feminismo es desaprender la losa
mental del patriarcado. Para todas las personas. Entregado al más genuino
sentido del término utopía: literalmente, aquello que todavía no ha tenido
lugar, pero puede tenerlo. No habrá justicia ecológica sin igualdad y no habrá
igualdad sin retirar los andamios y el soporte a los constructos sociales del
patriarcado. Como bien nos recuerda mi admirada Celia Amorós, de la que tanto
he aprendido, “el feminismo es una revolución y está absorbiendo a todas las
demás”
Los partidos de vocación
ecologista deben avanzar e incorporar el feminismo a la estructura básica de
sus fundamentos, con honestidad. Han de renunciar al uso demagógico del mismo,
utilizándolo como un adjetivo definitorio políticamente correcto y socialmente
rentable. En resumen, dejar de utilizar
el feminismo como un elemento cosmético de sus señas de identidad y
comprometerse honestamente con la igualdad de género y la democracia, dicho de
otra manera, con el feminismo.
(1) Josep Artés y Ramón Ribera, “Adiós al
macho: sobre micromachismos y deconstrución” (2018), blog de filosofía “El
rumor de las multitudes”.
(2) Alicia
H. Puleo, “Ecofeminismo para otro mundo posible”, ed. Cátedra, Madrid, 2011
(3) Alicia H. Puleo, “Libertad, igualdad,
sostenibilidad. Por un ecofeminismo ilustrado”, ISEGORIA. Revista de Filosofía
Moral y Política Nº 38 enero-junio, pags. 35-39 Valladolid 2008.
(4) Alicia H. Puleo, “La Ilustración olvidada.
La polémica de los sexos en el siglo XVIII”, ed. Anthropos, Barcelona, 1993
(5) Raewyn Connell, y James W. Messerschmidt.
2005. La masculinidad hegemónica: repensar el concepto. Género y sociedad, vol.
19 no. 6, 829-859.
(6) Lewis
Henry Morgan, “La Sociedad Primitiva”, ed. Ayuso, Madrid, 1971
(7) Friedrich Engels, “El origen de la
familia, la propiedad privada y el estado: a la luz de las investigaciones de
Lewis H. Morgan”, ed. Akal, col. Básica de bolsillo, Madrid, 2018
(8) Isaac Rosa, “Este artículo no es machista ni
feminista”, artículo de opinión en eldiario.es, 6/3/2017
(9) Ritxar Bacete, “Nuevos
hombres buenos: La masculinidad en la era del feminismo”, ed. Península col. Atalaya
(2017)
(10) Karen Warren, “Filosofías ecofeministas”, ed. ICARIA,
Barcelona, 2003
Ardua tarea la de soltar tanto lastre...máxime cuando el lastre de unas, ha dado tantas alas a otros! El maquillado del que hablas me hace recordar aquello de "cambiar algo... para que nada cambie" definitivamente hace falta una revolución en femenino
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Es triste pero es así, como lo dices. La revolución será feminista o no será
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